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lunes, 22 de julio de 2013

Kübler - Ross

Esta carta no es una explicación.

Me alejaré. Siempre dijimos que no es necesario dar explicaciones a las personas sobre quiénes somos, de lo que hacemos, las razones de lo dicho o de nuestras decisiones. De aquella decisión únicamente me correspondió el duelo, el insomnio, la inquietud, la decepción, la tristeza, la soledad y las miles de veces de preguntarme: ¿por qué?

Me ausentaré. No seré más una persona presente para ti, todo por voluntad propia, firme e inmóvil. No permitiré que seas tampoco, una presencia para mí, para esperar de ti, para esperar por ti; porque nada es más dañino -después del desamor-  que ser consciente de la incertidumbre. No hay necesidad de mantener promesas, ni una sola. Se dice que el dolor verdadero o el sufrimiento verdadero son producto de una pérdida. Yo no te perdí, porque jamás te encontré por completo. Puede ser que te tuve, sin garantía alguna.

Callaré. Dejaré todas las palabras de nuestro íntimo lenguaje en un sobre vacío, cerrado, escritas en color azul, las 21 razones, todas. Los hechos serán mudos, sin ser vistos por nadie. Pronunciaré tu nombre con un suspiro que se lleve el viento, que disolverán las gotas de lluvia, será la ceniza que vuelve a la tierra para caer libre en otros suelos.

Puedo decirte -o debo decirte- que todo era verdad: el año de esperar por ti, el amor, las canciones, las llamadas a media noche, los sueños abrazados, nuestras manos entrelazadas, los planes truncados y también, tu extraño silencio. Todo eso está ahora en algún lugar de mi cabeza, encerrado, cambiando día a día, creando recuerdos; en metamorfosis hacia crisis emotivas para convertirse finalmente en sentimientos, de los cuales hay mucho, solo que en esta ocasión me reservo el manifiesto y los dejo para mí.
Estuve negado. Me llené de ira. Concilié viviendo mi duelo. Me deprimí. Lo acepté.


Lo he vivido, tengo pruebas; no puedo pedir nada más a la vida, que una nueva oportunidad ¿dónde está el amor? Yo Quiero amar. Quiero que me amen y voy a conseguirlo.


domingo, 21 de julio de 2013

A veces


A veces quiero no pensarte en cada instante y rendirme para siempre.
Pero solo a veces, a veces.
Como cada vez que mi llave juguetea en el picaporte, la puerta se abre y recuerdo me pediste tantas veces reparar la cerradura.
Como cada vez que mis pisadas suenan sobre el piso de madera de la casa rompiendo el
angustiante silencio. Aún en esas ocasiones trato de olvidarte.
Pero no creas que es tanto, solo es a veces…a veces.
 
Como cada hora en el sofá con el televisor encendido, espero a quedar dormido para que te
acerques y presiones el “off” del receptor, me cubras con una manta y beses mi frente, atreviendotea perturbar mi sueño, incapaz de reclamar tus cuidados; aún en esos momentos trato de olvidarte todavía. No puedo, así que busco rendirme y otra vez espero en el sofá intentando. No es así siempre, es solo de vez en cuando, no es todos los días, es solo a veces.
 
Desde aquella última noche -que es también la primera de muchas sin dormir-, lo intento a cada vuelta sobre nuestra cama y pienso, y en cada movimiento siento, y en cada abrazo con mi almohada creo. Entonces espero el freno que tu cuerpo hace a mi lado para no dejarme caer…pero eso es solo a veces por las noches, cuando me voy a dormir. No te preocupes, no sucede siempre.
 
Intentaré no pensar más en nuestras mañanas bebiendo café, o en las manecillas del reloj que me decían: “no llegará”, en las gripes y resfriados que me dieron por esperar bajo la lluvia, o el saldo en cero de mi teléfono por llamarte diez mil veces sabiendo que no responderías; no fregaré más a mi vecina, fiel vigilante de mis esperanzas, que sin preguntarle simplemente ya me dice: “No joven, hoy tampoco vino a  buscarlo nadie”.
 
Pero solo lucharé a veces, lo prometo; solo a veces.
Solo cuando recuerdo que no te di las gracias por haber sido mis ojos, mi lengua y mi corazón; porque creí que sería para siempre, porque me enamoré de ti.
Reconozco que adelantaba las manecillas del reloj para tener que reclamarte y hacerme el enojado para llamar tu atención.
Será solo a veces que te recuerde: como cuando me arrepienta de que no te pedí vivir conmigo, ni compartir la casa; que no te pedí que pasaras la noche en mi cama y que nunca te dije que odio dormir en el sofá, que no me gusta el frío, que no tengo impermeable y por eso me mojaba, además de que mi vecina ni siquiera me habla.
 
Tenías razón al serme infiel con el viento y refugiarte en brazos del silencio.
Tengo la certeza porque debiste aprender a amarme a señas, ante la sorda atención a tus palabras.
Porque ante el mudo decir de lo que siento,  tuviste que aprender a hablarle al viento.
Y a veces, pero solo a veces, pretenderé saber por qué te fuiste.